Las crisis también tienen inclinación sexual. La que se ha cebado con España en los dos últimos años, a juzgar por sus efectos en el mercado de trabajo, tiene preferencia por las víctimas masculinas, y respeta, e incluso mejora en términos relativos, el estatus de las mujeres. Tan desequilibrante ha sido el comportamiento del mercado de trabajo, que ahora la tasa de desempleo es casi igual entre los hombres que entre las mujeres, cuando al iniciarse la crisis y el ajuste del empleo, la femenina duplicaba la masculina. Ya hace un año advertimos en estas páginas del riesgo que corría la economía española de sufrir el síndrome de Sheffield, un fenómeno que trasformó la vida en muchas ciudades británicas en los años ochenta (la de Sheffield, a caballo entre Manchester y Liverpool, de manera paradigmática), cuando la industria pesada comenzó a dar paso en Europa a las manufacturas más intensivas en tecnología, y los emergentes asumían la producción minerometalúrgica primaria.
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