Francisca Iranzo tiene 41 años y es cotitular de una explotación de ovino en Pitarque (Teruel). Es madre de cuatro hijos (de 1, 10, 17 y 19 años). También cuida de un nieto. Su estructura vital es femenina y está asentada principalmente en su madre, ella y sus hijos. Es una de las siete millones de mujeres que viven en el campo y que se han convertido en un grupo fantasma, trabajadoras que no constan como tales, empleadas que no cotizan y ciudadanas que no disponen de los mismos servicios que las de las ciudades.
"Conciliar la vida laboral y familiar nos cuesta más que en la ciudad. Normalmente, cuidamos a nuestros hijos y a nuestros ancianos", cuenta. Pese a su larga experiencia como ganadera, tiene que hacer un curso de 100 horas para ser empresaria. Se le han unido cuatro mujeres cuyos maridos cuidan mientras de los niños. "No es habitual", reconoce.
Justifica su actitud en que desde joven ha ido "huyendo de ser una mantenida" y admite que muchas mujeres "cargan con todo por costumbre". La solidaridad entre ellas es clave. "En un pueblo hay más manos que en una ciudad", asegura, aunque de inmediato reconoce que en el suyo la población ha pasado de 120 a 80 personas. "La gente joven no tiene trabajo y se va. Nosotros nos resistimos a morir".
Como Francisca, muchas mujeres que viven en el campo tienen que cuidar de sus mayores y de sus hijos. En el tiempo que les queda, asumen la gestión doméstica y trabajan en el campo. Carecen de vacaciones y, lo que es peor, de reconocimiento. Son siete millones de mujeres, en su mayoría invisibles. Residen en los ámbitos rurales, donde a la dureza de la vida cotidiana por la falta de servicios se suma el ambiente machista en el que se desarrollan. Afirman que ya es hora de cambiar porque son la clave para la supervivencia de un sector económico, social y medioambiental imprescindible.
Varios estudios han dado la alerta. La continuidad de determinados ecosistemas y de formas de producción y vida en el entorno rural depende del mantenimiento de una estructura social mínima. Y el cimiento básico de esta es la mujer. "Se va porque busca su liberación y, si ella se va, el hombre va detrás. Ya empieza a ser tarde", advierte Manuel Ariza, director de la Sociedad Estatal de Infraestructuras Agrarias (Seiasa) y experto en desarrollo rural. De 2005 a 2010, el padrón ha registrado 43.814 mujeres menos solo en los pueblos de menos de 5.000 habitantes, según el INE. En 2010 figuraban como cotizantes en el régimen de la agricultura, la pesca y la silvicultura 486.000 mujeres.
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