domingo, 21 de noviembre de 2010

La Real Academia es cosa de hombres

Artículo de opinión de Juana Vázquez en El País sobre la presencia de mujeres en la RAE, coincidiendo con la entrada en la Academia de la escritora Soledad Puértolas.

(...) Solo siete mujeres, frente a más de 1.000 hombres, se han sentado, o se van a sentar próximamente, en uno de los 46 sillones de los que consta la RAE desde su fundación en 1713. La fallecida Carmen Conde (1979) fue la primera mujer académica. Habían tenido que pasar casi tres siglos para que ingresara una fémina en esta docta casa. Le siguieron la también fallecida Elena Quiroga (1983), Ana María Matute (1996), la historiadora Carmen Iglesias (2001), la científica Margarita Salas (2002), y la filóloga Inés Fernández Ordóñez (2008), electa. La escritora Soledad Puértolas (2010), que, previsiblemente, leerá mañana su discurso de ingreso, sobre los personajes secundarios de El Quijote, será la mujer número siete en ingresar en tan venerable institución.

Cada vez que he asistido en estos últimos años a algún discurso de ingreso de un nuevo miembro en la Real Academia Española, este panorama tan anacrónico e incomprensible me ha producido una impresión esperpéntica. En el estrado de tan digna institución, prácticamente solo había hombres, alrededor de una cuarentena, los "sabios académicos", y tan solo tres mujeres: Ana María Matute, Carmen Iglesias y Margarita Salas. Algo insólito en estos tiempos, en que la mujer ha alcanzado, o está a punto de alcanzar -por lo menos en las instituciones públicas- su igualdad con el hombre en todos los tramos del poder. En definitiva, de ser tanto unos como otros, personas sin más etiquetas ni discriminaciones.

Y es que la modernidad no ha llegado todavía a la Real Academia. Y aunque en este periódico se leía hace unas semanas -en el reportaje al que aludí al principio- que "Víctor García de la Concha -su director- es el hombre que ha pilotado el aterrizaje del español en la procelosa revolución digital", no puede decirse lo mismo en cuestión de pilotar la revolución más esencial: la de la igualdad entre hombres y mujeres. Y digo la más esencial, puesto que la desigualdad es escandalosa.

Leer el artículo completo en El País.

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