Lo que ha cambiado, coinciden, es la sociedad. "La incorporación de la mujer a la justicia es un síntoma de normalidad, reflejo de una sociedad plural integrada por hombres y mujeres, y al igual que en el ámbito de la justicia en otras profesiones ha supuesto un enriquecimiento de las mismas", señala Bravo. La portavoz del Consejo ingresó en la carrera fiscal en 1989. Aunque su inicio profesional transcurrió sin sobresaltos, hubo algo que le llamó la atención: en su tribunal de oposición todos eran varones. Y también lo eran en las jefaturas de las fiscalías. "Las mujeres ocupaban sobre todo los planos inferiores", recuerda Bravo.
Aquello respondía, en primer lugar, al déficit histórico que padecía la mujer. El avance que ella misma encarna ha sido notable, pero aún no se ha alcanzado la igualdad. De los 72 jueces del Tribunal Supremo, por ejemplo, solo 10 son mujeres, y tres de ellas han accedido recientemente. De los 17 tribunales superiores de justicia, solo el de Valencia no lo preside un hombre. "Aún queda mucho", reflexiona Bravo; "es muy importante introducir cambios que faciliten un nuevo contexto social que permita a la mujer conciliar adecuadamente sus responsabilidades familiares con las profesionales, y que las primeras no supongan una limitación para la promoción profesional".
Para las mujeres de su generación, afirma Llombart, fue más difícil. "Ahora veo a los magistrados o jueces jóvenes que recogen a sus hijos del colegio, o que se piden días de paternidad para cuidar del recién nacido porque su mujer trabaja. Comparten. No tiene nada que ver con lo de antes. Nuestro papel era de estar un poco engañadas. Te decían: 'Tú estudia porque eso será tu porvenir, serás independiente... Lo que no te decían es que además tenías que hacer lo otro".
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